martes, 8 de septiembre de 2009

UNA NOCHE EN CASA DE WALTERETE

“Olvidarte será fácil ya lo sé, tengo apenas que dejar de ver el mar, y cegarme ante la luz de las estrellas, no ver llegar la luna detrás del cristal”… la ra la ra, la ra la ra, la ra la… así comenzó la primera estrofa de Olvidarte, una canción que por esos días se había convertido en su favorita, y que, a petición suya, estaba siendo interpretada por el grupo musical contratado especialmente para esa fecha: 5 de septiembre de 2009.

Walter, más conocido como Walterete, se encontraba sentado al lado de uno de sus amigos con una copa de vino en la mano y con la cabeza un poco agachada; inclinación con la que trataba de ocultar esas lágrimas que tímidamente iban saliendo de sus ojos. Aunque en el transcurso de la primera hora de la celebración se mostró partícipe de risas, chistes, brindis, fotos y felicitaciones, en ese momento le fue imposible no revivir el recuerdo de un desamor; desamor que parecía estar aún presente en su vida, y que demostraba que aquella alegría aparentemente sentida no había sido del todo sincera.

Sus mejores amigos, incluyendo sus compañeros del coro Camerata vocal de Medellín, estaban reunidos en su apartamento ubicado entre la calle Moor con Juan del Corral, más exactamente en un quinto piso; una altura que le había significado subir y bajar muchos escalones en momentos diferentes, pues a partir de las nueve de la noche cada uno de sus invitados (quince en total) había llegado por su lado sin que coincidiera con otro en la puerta del edificio.

Sin lugar a dudas, fue una cita a la que todos asistieron sin falta, pues el motivo resultó ser verdaderamente especial. Walter, aunque no aparentara su edad, estaba a punto de cumplir sus primeros cuarenta años de vida; su cabello afro y su piel morena lo hacían lucir realmente joven, como si después de las doce campanadas continuara siendo todo un treintañero.

...La ra la ra, la ra la ra, la ra la, “olvidarte será fácil te lo digo, es cuestión de olvidar que he nacido”. Y después de escucharse la última frase de esta canción, un silencio que parecía eterno (corto en tiempo real) se había apoderado de la sala como un creador de nostalgia, pues tanto su rostro como los de sus amigos y hasta los de los músicos se mostraban idos y pensativos. Sin embargo, un aplauso tímido comenzó a sonar cada vez más fuerte, seguido de otro, otro y otro… devolviéndole al lugar ese ambiente fiestero con el que había comenzado la celebración.

En ese momento, el reloj marcaba las diez y treinta de la noche, por lo que aún faltaba una hora y media para que el infaltable Happy birthday fuera entonado; así que Walter, con la misma actitud del principio, comenzó a pedir al grupo musical cuanta canción aparecía por su mente, al tiempo que descorchaba una de las 10 botellas de vino que aún le quedaban en la alacena para realizar otro brindis en su nombre.

Luego de que las copas fueran bajadas y la foto hubiera sido capturada por la cámara para el álbum de los recuerdos, había llegado el turno de complacer por onceaba vez al agasajado, pero esta vez con Camino viejo, un pasillo de antaño que su letra hacía alusión a aquella escuelita de doña Inés donde quizás el compositor había vivido gratos momentos en su niñez; y siguiendo los acordes de la guitarra, todos los presentes comenzaron a cantarla de principio a fin con gran entusiasmo, como si la canción también les produjera buenos recuerdos. Los aplausos no se hicieron esperar; a decir verdad habían sido unos minutos de gran unidad y emoción al igual que el instante preciso para que Walter pronunciara las siguientes palabras: “a mi realmente no me sale esta canción porque yo nunca me enamoré de mi profesora… más bien de mi profesor”. Mmm… ahora podía ser más compresible lo que se percibía, o más bien lo que se veía en el entorno: el cumpleañero no tenía hijos ni una pareja estable para los años que estaba a punto de cumplir; además el 90% de sus invitados eran hombres.

Quedaba claro, entonces, que su despecho no era causado por "una" sino por “uno” que no había querido asistir, o simplemente ya no hacía parte de su vida de manera formal; no obstante, la compañía de sus amigos más cercanos le hacían olvidar por momentos su pena de amor.

Dentro de la fiesta, Fernando parecía ser el único heterosexual, pues su interés por una de las cantantes y su forma de vestir y actuar lo hacían verse diferente frente a los demás. El resto de los hombres, aparte de dirigirse ciertas miradas, de acariciarse con disimulo y de hacer comentarios y chistes que sólo ellos entendían, no evidenciaron otras muestras de cariño, pero, aún así, no fue difícil reconocer quienes eran pareja o quienes sentían entre sí algo más que una bonita amistad. Dos de ellos, por ejemplo, tenían en sus manos el mismo anillo como símbolo de una relación que iba mucho más allá de una simple aventura... parecían ser un matrimonio de verdad.

Las doce fueron llegando lentamente entre brindis, fotografías y canciones... y una vez cantado el tan anhelado Happy birthday, acompañado de otra copa de vino y de una suave y deliciosa torta, la mayoría de los invitados comenzaron a irse a eso de la una de la mañana, pues la falta de música les había hecho pensar que la fiesta estaba a punto de terminar. Sólo tres personas continuaron allí, las cuales accedieron sin problemas a la petición de Walter de continuar acompañándolo hasta el amanecer; tal vez, deseaban seguir festejando el cumpleaños de su amigo pero de una manera diferente: menos distante y cada vez más íntima.


Natalia Eugenia Soto Quintero Seccional Oriente